La cara B
Son las siete de la tarde paseando por cualquier ciudad de España. Una de esas ciudades medianas con ese encanto que sólo los negocios locales pueden ofrecer. Pero ese encanto se ha esfumado, los bares no están llenos de gente riendo, las calles lloran vacías la falta de contacto, los tenderos se ven solos detrás de los mostradores, y cuando miras la cara de la poca gente que te encuentras, no ves en ellas su sonrisa, su expresión, su calidez.
Nos está tocando vivir tiempos difíciles, no sólo referentes a la salud, que por supuesto es lo más importante, sino también referentes a la economía, y les está tocando directamente a nuestros comerciantes; aquellos que nos sacaban una sonrisa cuando comprabas el pan, que hacían de consejeros culinarios cuando te vendían el pescado y la carne o los que simplemente te deseaban un buen día al comprar el periódico. Están perdiendo la alegría y las ganas de luchar porque tanto este virus como todo lo que le rodea, no para de ponerles trabas.
Por supuesto que es importante la salud física; es lo más importante de hecho, pero nuca debemos dejar de lado lo que supone psicológicamente esta pandemia. Las secuelas mentales que va a dejar, el daño interior que ya está provocando, la infelicidad, la ruina, la falta de contacto físico; todo esto es una pequeña parte de lo que nos va a pasar factura.
Personas que han ido perdiendo sus seres más queridos; nuestros mayores, nuestros abuelos, padres y vecinos, que fallecen en soledad, sin el apoyo de su gente, sin un último beso, una caricia. Hijos, nietos, amigos que no pueden pasar un duelo, que les envían las cenizas como si fueran un paquete de Amazon.
Ver a nuestros hijos al recogerlos del colegio y no poderles besar, apretar, acariciar sin antes seguir un protocolo de desinfección. La espontaneidad se ha perdido, no sabemos cómo saludar a las personas a las que antes abrazábamos sin permiso, no sabemos cómo comportarnos al entrar a un negocio, al médico o incluso a la casa de tus padres.
Y suerte tienen aquellos cuyas familias viven cerca, por lo menos les pueden ver, aunque sea a lo lejos y casi con un traje de astronauta,; pero las que la tenemos fuera sentimos un gran vacío en el corazón, necesitamos el apoyo de nuestros padres y hermanos, de nuestros amigos y vecinos, de nuestros hijos. Esta «nueva normalidad» nos está apagando el alma, y un país sin alma, es un país muerto. Un país como España necesita la risa, los bares, negocios donde intercambiamos los «buenos días» y charlar, por charlar. España necesita sus autónomos en activo, sus Pymes generando empleo, las familias unidas y los corazones llenos de alegría.
Por todo ello tenemos que ser conscientes de la situación, de esta «nueva normalidad», y sostenernos entre nosotros, con una simple sonrisa (los ojos sonríen si sonreímos), un gesto de apoyo, comprando en nuestras tiendas del barrio, tendiéndole la mano a quien lo necesite, aunque no sea capaz de pedirlo.
Y sobre todo hay que seguir viviendo, sin miedo pero con precaución, intentando fijarnos en el lado positivo, que todo lo tiene aunque haya que rascar un poco más profundo para encontrarlo, y sobre todo sonriendo, sonriendo mucho que aunque no se nos vea la boca, los ojos son nuestros mejores emisores.